Historia del Capitán Rufino Solano


El Capitán Solano junto a Caciques, enviados de Calfucurá, esperando una entrevista con el General J


Hubo una vez una persona, que actuó entre los años 1855 y 1880, que hizo acciones únicas en la historia argentina. Conoció y trató personalmente con Urquiza, Mitre, Arzobispo Aneiros (Padre de los indios), Alsina, Sarmiento, Roca y todos los Ministros de Guerra del Gobierno Nacional. Del igual manera se relacionó con todos los Caciques, Caciquejos y Capitanejos de las pampas. Liberó cientos de cautivas, niños, prisioneros civiles, militares, todos ellos en poder de los indios. Era tan bien recibido en la Casa de Gobierno Nacional, Ministerios o en el Arzobispado de Buenos Aires, como también lo era en las tolderías de Cafulcurá, Namuncurá, Catriel, Pinsén y decenas de jefes indios más. Era poseedor de una entereza, valor, sangre fría y honestidad inigualables. Este comportamiento le permitió gozar de un gran prestigio y de la confianza de ambos grupos. Mediante su atinado manejo de situaciones críticas logró evitar mayores derramamientos de sangre y este aspecto, con toda justicia, se lo debe considerar como el máximo y último diplomático antes de desencadenarse la "conquista del Desierto" llevada a cabo por el General Julio Argentino Roca durante los años de 1880. En tal sentido, acompañó a cuanta delegación de indios se acercó a Buenos Aires a parlamentar con las autoridades nacionales, tanto políticas como eclesiásticas. Venía con la delegación, se alojaba en el Hotel Hispano Argentino u otro de Buenos aires, a veces en los Cuarteles del Retiro, iba con ellos a las entrevistas, y finalmente los acompañaba de regreso cabalgando nuevamente hacia la frontera. Existen fotografías (las primeras del país) y diarios que avalan lo dicho.

Durante sus servicios, efectuó travesías de miles de kilómetros a caballo, siempre acompañado por tres o cuatro soldados y en muchas ocasiones se aventuraba solo; solía pasar varios días en las tolderías, logrando salvar su vida debido al enorme respeto y consideración que le tenían. Siempre regresaba con cautivas y otros prisioneros de los indios. Actuó en los Fuertes Estomba, Blanca Grande y del Arroyo Azul, entre tantos otros. En el año 1873, en un multitudinario acto, le fue entregada por la sociedad de Rosario una medalla de oro, en premio a sus servicios rescatando prisioneros y cautivas de esa ciudad santafesina (diarios de Buenos Aires y Rosario de la época) .

Luego de finalizar la conquista, donde no llegó a actuar, los indios lo siguieron buscando para que les ayudara a conseguir tierras donde vivir y muchos de ellos las consiguieron gracias a su intervención acompañándolos ante mismísimo Presidente de la República, General J. A. Roca, a efectuar sus petitorios (Manuel Namuncurá, la Reina de los Indios Catrieles Bibiana García, entre otros). En esos territorios obtenidos hoy están enclavadas ciudades de Catriel, Valcheta y otros pueblos más, dentro del territorio de la Pcia. de Río Negro.

Intervino en numerosas batallas en defensa de los pueblos fronterizos (Azul, Olavarría, Tandil, Bolivar, Tres Arroyos, etc.) y en contra de los malones, entre ellas la de Blanca Grande a las órdenes del Coronel Álvaro Barros, actual Olavaria, y en la sangrienta batalla de San Carlos, actual ciudad de San Carlos de Bolivar; en esta última, los indios, reconociéndolo, le gritaban "pásese Capitán". Por supuesto que no lo hizo, porque él y todos sabían cual era su lugar. Pero ello no impidió que apenas días después de esta decisiva batalla se presentara nuevamente en la toldería de su contrincante derrotado, Cacique Cafulcurá, el Soberano de las Pampas y de la Patagonia, y igualmente fuera recibido. No solo eso, luego de algunos días se retiró llevándose decenas de cautivas a sus hogares. Este episodio es único, porque el Cacique Calfucurá, el más terrible pampa que pisó estos suelos, viéndose morir, cierta noche le pidió a este militar que se retirara porque sabía que inmediatamente a su muerte lo iban a matar a él y todas las cautivas. Así lo hizo y tras morir el Cacique partió el malón a alcanzar al rescatador y las cautivas, pero lograron salvarse llegando a sitio seguro. Es así como esta persona fue el último cristiano que vió con vida a este temible cacique. Justo es señalar que Cafulcurá, a pesar de lo expresado de su fama, tenía actitudes demostrativas de un alto honor. Existen otros testimonios vividos con nuestro personaje que prueban lo que les manifiesto.

Por supuesto que este "hombre de dos mundos" sabía hablar el idioma de los indígenas a la perfección, pero también sabia usar las palabras correctas para expresarse ante ellos; pero, tan valiosa como aquella virtud, era la que también sabía emplear adecuadamente las palabras en español, especialmente ante sus superiores, tanto militares como del Gobierno Nacional, para conseguir acuerdos equitativos y que finalmente se cumplieran. Esta honestidad en su comportamiento le permitió siempre regresar a las tolderías para lograr salvar nuevas vidas.

En una oportunidad, durante sus recorridas, se vió acorralado por sorpresa por centenares de indios, este militar iba con un pequeño grupo de soldados. Todos sacaron sus armas y se prepararon para retirarse rápidamente, pero este jefe les dio a sus hombres la voz de alto. El sabía que actuando de esta manera lo único que iban a lograr sería que los "chucearan" de atrás. En lugar de ello, les pidió a sus hombres que se quedaran quietos, que él iba a tratar de salvarles la vida, y se dirigió solo para hablar con el que parecía era el líder de la indiada. Solo Díos sabe lo que les dijo, la cuestión es que luego de este parlamento se adentraron todos hasta la toldería de estos indios y luego de un par de días regresaron con un grupo de cautivas y hasta con la custodia de los propios indios y un Caciquejo hasta llegar cerca del fuerte. Lo narrado se encuentra plasmado en manuscritos de la época obrantes en acreditados archivos oficiales(Archivo Histórico del ejército Argentino).

Para entender mejor esto, es necesario ubicarse en el contexto y en el paisaje de la época. Por esos días la frontera era igual que pararse en la orilla del mar, no había nada más que horizonte. En ese horizonte, de manera recóndita acechaba el peligro, los indios, la muerte, la cautividad. No había árboles ni nada que interrumpiera la visión, se debía pernoctar en medio de esa inmensidad, sin nada para protegerse, solo cielo y tierra. Nada para guarecerse del frío, de la lluvia, el viento o el calor. Idéntica situación se producía si había que luchar. Las travesías duraban días, hasta semanas enteras, se debía llevar suficiente provisiones y caballos para el recambio. Los indios brotaban de la tierra como por arte de magia. El espectáculo de una toldería india es inimaginable, las cautivas y prisioneros vivían en un infierno. Si alguien lograba escapar, seguramente moría en el desierto.

Las mujeres indias, por celos, hostigaban continuamente a las cautivas y les daban de comer las sobras, como si fueran perros. Para que no escaparan a los prisioneros se le despellejaba las plantas de los pies, lo que obligaba a trasladarse arrastrándose por el suelo; vestían harapos, el hedor era insoportable. Las escenas y el ambiente eran ciertamente escalofriantes. Salvo esto, no muy diferente era la vida en los fortines o de los pueblos que se formaban alrededor de ellos.

Ciertamente esta singular persona hizo algo más y distinto por nuestra historia. Se tratan de acciones dotadas de una audacia y coraje incomparables, si a alguien de la época le hubiera preguntado si lo narrado era posible de realizar, con toda seguridad hubiera contestado que no. Sin embargo, existió alguien capaz de hacerlo. Considero que ahora tenemos que hacer algo por él. Esto lo afirmo, porque no existe en la Historia Argentina ni de otro país, persona alguna que se halla destacado por este tipo de acciones; más aún, de por sí su vida fue tan original que a pesar de la casi inexistente difusión, todavía subsiste. Pero, en algún lugar ahora está esperando poder ser rescatado de la historia olvidada.

Por último les señalo que era hijo de un valiente Teniente de Patricios, guerrero de las Invasiones Inglesas, y de la Independencia Nacional que actuó junto al General Manuel Belgrano durante las Campañas al Paraguay y la del Norte. Luego de ello, fue el jefe de la caravana de familias fundadora del azul, a fines del año 1832.

A menos de cinco años de la mencionada fundación, nació nuestro personaje (1837), viviendo en su pueblo natal hasta su muerte, ocurrida en (1913). Prueba de esto son el acta bautismal de 1837, los Censos Nacionales de 1869 y 1895 y su certificación de defunción asentada el año indicado en registro de la referida ciudad.

Este ejemplar ser humano, que lo dio todo por sus semejantes, al cual centenares de familias le deben su existencia, murió pobre, viejo y olvidado en su pueblo natal y se llamaba Capitán del Ejército Argentino, Don RUFINO SOLANO.

 

Fuente:
- Descripción: Aporte de Omar Alcantara
- Fotos: Hemeroteca Ronco en http://www.hemerotecadeazul.com.ar/

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