El Festival Cervantino en la Revista "Noticias"


Foto: Toqui Carlomagno


3° Festival Cervantino de la Argentina

Don Quijote en la Pampa

En el 2007, Azul fue declarada por la UNESCO “ciudad cervantina”. La movida cultural que desde entonces convoca cada año a artistas y académicos. La participación comunitaria.

 

El sentido común indica que es imposible compartir la mesa del almuerzo con Don Quijote y Sancho Panza. Se trata de personajes imaginarios y quien los creó, Don Miguel de Cervantes Saavedra, vivió entre la segunda parte del siglo XVI y los primeros años del XVII. Sin embargo, en el marco del 3° Festival Cervantino de la Argentina “Soy Quixote” que acaba de culminar en la ciudad de Azul, en la provincia de Buenos Aires, este cruce entre realidad y ficción no sólo es posible, sino cotidiano. Desde que Azul fue declarada por la UNESCO “Ciudad Cervantina” en el 2007, Don Quijote y su escudero han cobrado vida. Y no se trata sólo de que el arquitecto Carlos Fortunato y el concesionario del trencito infantil del parque de la ciudad, Julio Duhalde, se presten a encarnar a ambos personajes para alguna producción fotográfica, sino de que, a cuatro siglos de su nacimiento literario, los personajes de Cervantes son los promotores de una movida cultural que este año duró diez días, que resulta inabarcable por su diversidad y cantidad y que incluye todo tipo de espectáculos, proyecciones, conciertos y exposiciones de plástica tanto de artistas locales como de otras latitudes. Paralelamente, se desarrollan, además, Jornadas Académicas que tienen como eje temático al Quijote. 

Pero lo que más llama la atención a quien observa este festival con ojos porteños, en los que, lamentablemente, suele sobrar escepticismo y faltar asombro, es el nivel de compromiso que tiene con él toda la comunidad. Una anécdota basta para dar cuenta de este compromiso. Un periodista de un medio porteño descubrió en el momento de pagar un taxi, que no tenía cambio. “No le cobro –le dijo el taxista– porque usted viene a cubrir el festival de mi ciudad”. 

Existe un verdadero ejército de voluntarios cervantinos integrado por gente de todas las edades. Cada uno de ellos se identifica con una remera color naranja que dice: “Soy Quixote”. En algunos lugares como, por ejemplo, la tradicional confitería “París”, se puede saborear el postre “Dulcinea”, que nació el año pasado por un concurso de repostería que se realizó en el marco del festival. Entre las condiciones de ese concurso figuraba que el postre debía incluir algunos de los productos típicos de Azul: miel, dulce de leche y naranjas amargas, el fruto de los árboles que dan sombra a las veredas de la calle Colón. Un centro de estética promociona un tratamiento de belleza que también lleva el nombre de “Dulcinea”. Los chicos de las escuelas de Azul trabajaron todo el año para el desfile de “cabezudos” que integró el festival y que giró en torno a la historia de Azul. 

No es casual que cada azuleño se considere “Quixote” porque Azul tiene en la Casa Ronco la biblioteca cervantina más importante de América Latina. Sus ejemplares deslumbraron no sólo a los académicos de Alcalá de Henares, lugar de nacimiento de Cervantes, sino también al escritor inglés Julián Barnes que visitó la ciudad en el 2008 y donó para esa biblioteca un valioso ejemplar de su propiedad que data de 1675.

Biblioteca Ronco. José Manuel Lucía Mejías es catedrático de Literatura Medieval en la Universidad Complutense, coordinador del Centro de Estudios Cervantinos de Alcalá de Henares y participa de las Segundas Jornadas Internacionales del Festival “Soy Quijote”. Su vinculación con Azul parte del año 2004 cuando ayudó a la exposición de la Biblioteca Bartolomé Ronco que se hizo para celebrar el cuarto centenario del Quijote. Bartolomé Ronco es una figura emblemática de Azul, donde se instaló luego de su casamiento, aunque era de Buenos Aires. Era un abogado de una gran cultura y muchas inquietudes que debido a la muerte de su única hija a los 14 años, hizo que sus dos grandes pasiones, “El Quijote” y “Martín Fierro”, se constituyeran en los motores de su vida. Por eso, en ese momento, se dedicó a potenciar lo que ya venía haciendo, comprar ediciones de estos libros. El resultado son dos colecciones maravillosas. La del Quijote abarca desde el siglo XVII hasta principios del XX. El coleccionismo formó parte de su vida y no se limitó sólo a la compra de ediciones valiosas, sino también a reunir todo lo que aparecía del Quijote, recortes de prensa, folletos, etc.

Lucía Mejías cuenta que cuando este proyecto estaba en gestación, entre los cientos de correos electrónicos que recibe, se fijó especialmente en uno que en el asunto decía, simplemente, “Azul”. Admirador fervoroso de Rubén Darío, fue el primero que abrió. Allí le comunicaban que en esa ciudad había una gran biblioteca cervantina y que requerían de su asesoramiento para llevar a cabo esa exposición. Pidió que le hicieran un listado de los ejemplares para saber, exactamente, que entendían por “gran biblioteca cervantina” y así fue como terminó constituyéndose en una pieza clave de la movida cervantina. Ayudó a que en el 2007 Azul fuera declarada por la UNESCO ciudad cervantina. Al mismo tiempo, él fue declararado por los azuleños ciudadano honorífico de la ciudad. “La ciudad cervantina madre –explica Lucía Mejías– es Alcalá de Henares. Luego está Guanajuato, en México, la otra ciudad cervantina de América. Azul tiene dos cosas fundamentales: por un lado, un legado cervantino dentro de la ciudad, que es la biblioteca cervantina de Casa Ronco, una de las bibliotecas privadas con fondos cervantino más importantes no sólo de la Argentina, sino de toda América. Pero, además, lo que la hace acreedora al título de “ciudad cervantina” no es sólo una colección de libros, sino el espíritu quijotesco que la hace encarar proyectos desde las personas hacia el futuro. En este sentido, Azul es una de las ciudades cervantinas más productivas, que hace más proyectos y actividades, más todavía que Alcalá de Henares y Guanajuato. Aquí la gente está mucho más implicada y el festival es la culminación de actividades que se vienen haciendo durante todo el año y el punto de partida para pensar en otras actividades posteriores. La colección de material efímero, como recortes y folletos, es algo que casi nadie tiene, pero en la Casa Ronco hay muchísimo. Además hay objetos de tema cervantino. En la biblioteca de Casa Ronco están todas las mejores ediciones que ha habido desde el siglo XVIII, por ejemplo, la primera edición de lujo de 1738, la edición francesa del siglo XIX, la de Gustavo Doré, la del centenario de 1905 y además, de esos hitos de las grandes ediciones, nos encontramos también con una cantidad enorme de pequeñas ediciones de bolsillo, cada una de las cuales tiene algún valor especial. El Quijote era un personaje que en el siglo XVII hacía reír, ha terminado convirtiéndose en un modelo que no se amedrenta ante los problemas de la realidad y que trata de superarlos sobre la base de ideales: no se enfrenta a los molinos de viento porque es un loco, sino porque su condición de caballero andante lo obliga a enfrentarse a aquello que considera negativo. Eso es el espíritu quijotesco: creer que a partir de los ideales se puede lograr que ciertos sueños se cumplan a pesar de que la realidad sea adversa”. 

Quijotadas. Debe ser por el espíritu quijotesco que Azul genera y concreta proyectos que parecen imposibles. En la costanera Cacique Catriel, una obra de Carlos Regazzoni construida con chatarra de los galpones municipales de la ciudad, recuerda a Don Quijote, Sancho Panza, Dulcinea y también al “galgo corredor” al que hace referencia Cervantes apenas comienza la novela. Desde el 2007, en el marco del Festival Cervantino, un artista le deja una obra a la ciudad. Ese año fue el grupo escultórico de Regazzoni. En el 2008, un mural del artista local “Chirola” Gasparini que alude a la historia y a los personajes azuleños. En el 2009, la escultura en piedra referida al Quijote de Mariano Chanourdie.

En Azul hay múltiples ejemplos de que la ciudad intenta reivindicar su historia, su patrimonio cultural y la memoria de sus creadores. El pujante Museo de Arte López Claro, que fuera la residencia de esta familia de artistas plásticos es uno de ellos. Según parece, los azuleños viven en un lugar de la Pampa de cuyo nombre sí quieren acordarse.

 

Mónica López Ocón (Desde Azul) mlopez@perfil.com.ar | Fotos: Javier “Toqui” Carlomagno.