EL periódico "Miradas al Sur" y un particular enfoque del Festival Cervantino 2010



Cervantes pelea contra los molinos de soja

Por  Exequiel Siddig

esiddig@miradasalsur.com

El interior bonaerense busca su nueva identidad. En azul, la cultura logró que se declare a ese pueblo como ciudad cervantina y pugna frente a los zares del yuyo verde

Buenos Aires tiene dos cosas buenas: el café y los hielos… ¡Cristalinos totales!”. El habitué arenga al mozo tras la barra como si hablara de una tierra mítica. “Bah, dame un café”, se envalentona, sigue y –codo en mostrador– relojea su barba rala en el espejo. Se ve que el pez por la boca respira su melancolía de sedentario…

Estamos en el Gran Hotel Azul y la escena es un capricho de arranque para pensar una ciudad que en 2008 intentó convertirse, con sus cortes de ruta, en la Waterloo del lock out patronal. Desde las ventanas, se ve en el centro de la Plaza San Martín una efigie del Libertador –masón de la Logia Lautaro– apuntando con el dedo índice, como prometiendo vendetta, al punto más alto de la iglesia neogótica bautizada “Nuestra Señora del Rosario” en 1905 por el Padre Cáneva.

La aparente mansedumbre azuleña esconde luchas encarnizadas del pasado y un amoroso combate por la identidad del presente; una historia política que comienza con tehuelches, sigue con masones misóginos, continúa con un cura feminista, se encarama en torno a católicos productores rurales con miles de hectáreas y sigue –y esto es lo que habrá de decidir Azul para el siglo XXI– con un espíritu quijotesco que hace que la sociedad civil se convierta en la vanguardia de un cambio de mentalidad, imponiendo el eje en Educación y Cultura.

“La política cultural tiene que hacer que todos crean en sí mismos: se planifica de abajo hacia arriba y se implementa de arriba hacia abajo”, dice Luis Lafosse, Secretario de aquellas áreas, parafraseando un axioma empresarial que aprendió en Japón, donde fue a perfeccionarse entre 1996 y 1999. El presupuesto del distrito para Cultura es de 5%, no es menor.

Uno de los puntales más sobresalientes de la intendencia radical de Omar Duclós, del GEN de Margarita Sztolbizer, es el Festival Cervantino, que ya va por su 4ª edición y que concluye hoy. En 2007, Azul recibió caballerosamente el mote de “Ciudad Cervantina”, otorgado por el Centro Unesco Castilla La Mancha. Es la segunda ciudad latinoamericana con esa distinción después de Guanajuato, México.

Con esta movida, la ciudad de repente entró en debate, en una encrucijada silente que implica un modelo inclusivo contra la comunidad gobernada por los reyes de la soja. Los defensores de valores telúricos dijeron que el festival supondría una “segunda conquista española”, espejitos de colores, esas cosas. “El Festival Cervantino generó una efervescencia social que es vital para la cultura de un pueblo y que hay que potenciar –dice Lafosse–. Antes, Azul era conocida como ‘tierra de raíces pampas’; hoy somos una ‘ciudad cervantina de raíces pampas’. Me interesa llevar el debate a la sociedad, el político tiene que ser un provocador. Desde hace unos años, en Azul hay un estado de maduración del trabajo que articula lo público con lo privado. Trabajamos mucho con la confianza y la lealtad. Eso nos dio una gimnasia tremenda para mediar los conflictos.”

Mientras que el frigorífico Efasa, una de las dos empresas de mediana escala (la otra es Cerámicos San Lorenzo) cerró sus puertas el 30 de agosto, dejando a 330 trabajadores en la calle, Azul se prueba un saco nuevo para las generaciones por venir. Recuperó las escuelas rurales, que desaparecieron con la crisis de 2001, creó desde Azul Solidario un taller de hilandería para mujeres del campo (un inteligente propulsado por Verónica Torassa), y a paso lento pero vigoroso seduce a propios y extraños para implicarse en la creación de un destino común al margen de (¿tal vez con?) los Señores de la tierra. Señal que cabalgamos. Azul existe desde diciembre de 1832; está a 298 kilómetros del Congreso Nacional. Parece haber sido sumida en un empinado letargo histórico, que supo recuperar palmo a palmo. En 2005, los integrantes de la Asociación Española de Socorros Mutuos terminaron de restaurar el bello Teatro Español, construido en 1897, antes incluso que el Teatro Colón.

Muchos azuleños reconocen una especie de “síndrome de inferioridad” respecto de las localidades vecinas. Su esplendor de mediados de siglo pasado –Azul tuvo Tribunales antes que Bahía Blanca, par example– se nota en que es el haz donde convergen cinco rutas: la 51, la 60, la 226, la 80 y la Nacional n° 3, que llega hasta Ushuaia. Tiene –antes de conocerse los datos del último Censo– cerca de 60 mil habitantes. Pelea su orgullo con los 100 mil habitantes de Olavarría, que cuenta 2.800 fábricas en su haber, un pasar próspero de clase media alta, “pero salvo algún boliche, es muy aburrida”. La otra prima competitiva es Tandil, “una ciudad alocada”, con buena parte de sus 150 mil habitantes rebasados por el perfil ecoturístico.

Azul, en cambio, con sus frigoríficos cerrados durante el sultanato neoliberal, optó en 2004 por imprimirle una identidad centrada en el respeto por la diversidad prerroquista (en 1879, la 1ª División de la Campaña del Desierto partió con el mismo Roca desde Azul), pero sobre todo por un elemento que por casi 80 años había pasado por ser un detalle anodino. Se trata de las colecciones del fino abogado, carpintero, filántropo y viajero bon vivant Bartolomé Ronco (1881-1952), que reunió la más grande colección del Quijote fuera de España, con 1.200 ejemplares, y casi 300 libros del Martín Fierro.

Ronco fue el padrino de los padres de Ricardo B. Bartís, que se llama Bartolo en honor a Ronco, y que ha dado un seminario intensivo de teatro en el marco del Festival. El ejemplar más antiguo del Quijote en la Casa Ronco, que es Biblioteca Popular, es aquel donado por el escritor inglés Julian Barnes en 2008, tras la muerte de su mujer Pat Cavanagh, con quien había estado en la biblioteca por intercesión de su amigo marchand y chacarero Thomas Gibson. Es un incunable de la primera edición en inglés del caballero manchego “de la triste figura”, de 1672, y que supera al editado en 1697 en Amberes, Bélgica, por Henrico y Cornelio Verduse, el más añejo que el coleccionista argentino tuvo en sus manos.

Aparte de la maravillosa edición de la Illustrated Modern Gallery de Nueva York con dibujos de Dalí (1946), de la de Hachette ilustrada por el francés Paul Gustave Doré (1863), la colección Ronco tiene un Quijote editado en 1812 que perteneció a la reina María Cristina de Borbón, por lo que la comunidad le ha pedido a la Presidenta, Cristina Fernández, que donase el Quijote que el Estado español le regaló en su visita del año pasado.

Volviendo: “En las primeras décadas del siglo XX, Azul era vanguardista; luego se convirtió en una sociedad pacata. En 1930 empieza el problema de la Argentina, que pasó a ser rentista”, dice un miembro del Comité organizador del Festival Cervantino. “Azul es el promedio nacional –intercede Carlos Filipetti, presidente de la Asociación Española de Socorros Mutuos–. Ese fervor de generar un país en 40 años y después rifarlo. Acá tenemos un problema de autoestima muy grande. Y un proyecto cultural tiene una potencia infinita. Azul está para más.” De la Pampa a la Mancha. En 2004, José Manuel Lucía Megías, el coordinador general del Centro Cervantino de España, en Alcalá de Henares, recibía un mail de Filipetti que decía simplemente “Azul”. Por entonces, el filólogo de la Universidad Complutense de Madrid recibía cientos de misivas: en 2005 se cumpliría el cuarto centenario de Don Quijote de la Mancha y el mundo añoraba su esponsoreo. Poeta, el título llevó a Lucía Megías a pensar en Rubén Darío. E hizo clic. “Azul tiene un espíritu multiplicador”, dice.

José Manuel, ciudadano honorífico de Azul, fue promotor del programa Quijotito. Se trató de que 38 escuelas con 2.000 alumnos en 2007 y de 40 escuelas ya implicando a 3.800 chicos de la primaria asistieran a tres talleres (literario, de ilustración y “Cervantes y su época”) para pintar escenas de capítulos del Quijote , que se sortearon ante escribano público. El diario El Tiempo publicó gratuitamente la versión infantil de la obra adaptada por el español y la argentina Margarita Ferrer. “Los chicos accedieron a los mismos materiales en todas las escuelas –apunta Lucía Megías–, que luego intercedió ante la editorial Alfaguara para que se impriman 3 mil ejemplares con 30 dibujos salidos de aquella actividad. “Un niño de 6 años firmó el libro de visitas en la Casa Ronco como ‘ilustrador del Quijote ’. Otro chico que vio como su padre mataba a su padre fue elegido Quijote de su clase por sus compañeros. Eso ya hizo que valga la pena todo lo demás”, recuerda orgulloso.

Para el año que viene, Azul y el Ayuntamiento de Alcalá de Henares, donde está el Centro Cervantino y la ciudad que fue cuna de Cervantes, planean convertirse en “ciudades hermanas”. Las primeras actividades ya programadas son la publicación del Quijote dibujado por Rep –y que se presentó en esta ciudad ayer–, un objeto maravilloso editado por Castalia (Edhasa), que ronda los $400, y para el año entrante un Martín Fierro ilustrado por artistas españoles. Aparte se planea poner en contacto a las escuelas rurales del partido de Azul con las escuelas de Alcalá, que es la tercera en envergadura de la Comunidad Autónoma de Madrid.

Hoy, domingo, cientos de chicos desfilarán por la avenida Bidegain con muñecos gigantes producidos por ellos mismos en los talleres comunitarios de Omar Chirola Gasparini. Hay una llave nueva para Azul, un perfil a estrenar joya-nunca-soja, que el periodista Toqui Carlomagno supo sintetizar con el mejor espíritu maradoniano en su programa de radio: “El Quijote no se mancha”. Los quijotitos de Azul pelean contra el dictamen histórico de repartija de tierras por la Campaña del Desierto. Más que fin, comienzo de una época.

 

Fuente: http://sur.elargentino.com/notas/cervantes-pelea-contra-los-molinos-de-soja

Agradecimiento especial a Martina Genusso