Azul deslumbró a los lectores de la "Revista Lugares"
Por Teresa Arijón - Fotos de David Rubio
Ideal para una escapada de fin de Semana, el destino ofrece una de las colecciones del Quijote más importantes del mundo + las monumentales obras públicas del iconoclasta Salamone + delicias para el paladar + Cicloturismo, rappel y trekking en las sierras.
Dicen que los pobladores originarios la llamaban callvú mapú (país azul) porque por allí corre el callvú leuvú (arroyo azul; para algunos "aguas rumiantes", para otros una alusión al color borraja de las flores que motean sus orillas). Y damos fe de la veracidad del nombre: no sólo las aguas del arroyo sino las serranías que abrazan a la ciudad desde lejos, como quien enlaza una fina cintura, son tenuemente azules. Fundada en 1832 por orden de Juan M. de Rosas como el fuerte San Serapio Mártir, a punta de lanza sobre el desierto, la ciudad es centro geográfico de la provincia de Buenos Aires: eje de comunicaciones, posta de raudos intercambios.
Muchas historias, oídas al pasar, avivan la curiosidad del viajero: la de Bartolomé Ronco, benefactor y coleccionista a quien Azul debe su título de ciudad cervantina; la de los esclavos (y líbertos) negros que vivieron en las cercanías del puente San Benito; la del implacable "Mateocho", un atildado caballero que fue el primer asesino múltiple del país; la de doña Ercilia Cestac, última tejedora pampa que, a sus ochenta y tantos años, continúa recreando con su nieta Verónica un arte heredado de sus abuelas; la versión –jamás desmentida ni confirmada- que dice que el copiloto del avión que arrojó la bomba sobre Hiroshima terminó sus días en el monasterio Trapense; la del obcecado vecino que, no consiguiendo permiso del municipio para plantar la efigie de un arriero en la plaza Pública, hizo que la erigieran en la vereda de su casa. Historias y leyendas que irán guiando, como un susurro imperceptible, el trayecto.
EL CASCO URBANO
Una buena manera de conocer esta ciudad afable, de tímido encanto, es alojarse en pleno centro ― la mejor opción es el Hotel Gran Azul, un clásico en todos los sentidos- y salir a caminar sin rumbo por sus anchas veredas bordeadas de naranjos cargados de frutos. Recorrer el Paseo Bolívar, entre 25 de Mayo y Colón, y pararse a contemplar las espléndidas casonas de principios del siglo XX -en su mayoría de estilo ecléctico francés, diseñadas por Dehrs o Pourtalé― o hacer un alto en el Cantoncillo de Santa Margarita: un pequeño rincón andaluz. Cruzar la plaza San Martín, cuyo embaldosado en bandas ondulantes produce la sensación óptica de estar caminando sobre el agua, y visitar la Catedral de estilo neogótico donde tañen, intermitentes, tres macizas campanas bautizadas en honor de sendas damas (Dominga -1400 kg-, María Magdalena -950 kg- y Iuana María -750 kg-)- Y el Teatro Español, que conserva intacta su marquesina de 1897, en cuya sala peleó Firpo y continúan presentándose las figuras mas populares. En el ínterin probar el postre Dulcinea (receta azuleña que combina mousse de queso y naranjas amargas sobre base de amarettis, almendra tostada y miel) en Raíces, en diagonal a la plaza, o dejarse tentar por la chingarra vasca (panceta y huevo frito con una pizca de ají molido), uno de los innúmeros platillos de las célebres picadas de La fonda, pocas cuadras más allá.
Alejándose del centro se encuentra la Iglesia del Buen Pastor, de estilo romano-lombardo, donde destacan los vitrales de Antonio Estruch y los frescos con motivos de ovejas pintados en sólo 45 días por el ruso Ahmetov. Y el misterio de las naves, hoy desnudas, donde otrora oían misa las monjas de clausura y sus pupilas detrás de nueve altísimas rejas de hierro forjado.
Otro hito urbano es el cementerio —varias tumbas ostentan símbolos masones, ya que en Azul funcionaba la logia "E.strella del Sur" fundada por el coronel Barros en 1807- y su portada de 22 metros de alto por 43 de ancho, obra de Francisco Salamone que
marca la frontera entre la ciudad de los vivos y la de los muertos con un monumental angel exterminador de rasgos cubistas y la inscripción RIP (“Resulta imposible de Pagar", bromearon algunos en su momento) en ominosas placas de mármol negro.
En la antigua estación de ferrocarril, los talleres municipales de Platería y de Hilado y Telar recuperan saberes ancestrales. Asombra por su precisión y belleza la faja pampa de diseño precolombino que, inconclusa, ocupa el telar. Tejida con hilo de bordar, demorará dos meses de siete horas diarias de labor en ser terminada. Cacho Scalcini, platero de raza- trabaja sobre la bala de cincelar. Mientras explica la técnica (la pieza de plata se calienta y se adhiere a la bala, donde el artesano le da forma y volumen con el martillo) sentencia: "Desde Cellini hasta hoy lo único nuevo, en cuestiones de orfebrería, es el gas".
CASA RONCO Y MUSEO SQUIRRU
En enero de 2007, gracias al trabajo de hormiga que iniciaran Bartolomé Ronco y su esposa Santa a comienzos del siglo pasado, Azul fue declarada "Ciudad Cervantina de la Argentina" por el Centro UNESCO Castilla La Mancha. Apasionado cervantista, carpintero de juguetes que regalaba a los niños vecinos, coleccionista incansable ― su notable conjunto del Martín Fierro será expuesto en 2010-, el abogado Ronco (1881-1952) logró reunir más de 350 ediciones del Quijote, además de láminas, ilustraciones, piezas escultóricas, diarios y otros objetos icónicos. Donada al municipio en 1985, la Casa abre sus puertas a los visitantes con la misma generosidad, inferimos, con que las abriera el matrimonio Ronco a tantos escritores -Borges y Rafael Alberti, entre otros -, musicos y amigos. Eduardo Aguero, coordinador ejecutivo, es el encargado de mostrarnos las gemas mas preciadas: los dos tomos editados en 1697 en Amberes por Henrico y Comelio Verdussen; la primera traducción al inglés (Thomas Shelton, 1675) obsequiada por Julian Barnes en 2008; una curiosa edición francesa de 1812 que perteneció a la reina Maria Cristina de Borbón; las primeras ediciones ilustradas por Gustave Doré para Hachette, y la primera edición ilustrada por Dalí en 1946. Y se siguen sumando maravillas: los cuatro tomos de la primera edición mundial de lujo (Londres 1738); ejemplares de la primera edición sudamericana ilustrada (La Plata, 1904); la del tercer centenario (1605-1905); una edición en alemán gótico anterior a la Primera Guerra Mundial, un Miniquijote -dos tomos en miniatura— de 1947; otro de 1900 ilustrado por Walter Crane; otro mas bizarro (ediciones Tor, 1942} ilustrado por Walt Disney -donde el ratón Mickey es Don Quijote, Minnie se viste de Dulcinea y el imbatible Donald encarna a Sancho Panza—, y una bellísima edición de 2008 ilustrada por niños de escuelas primarias azuleñas. Antes de salir pasamos por un patio donde, prodiga como la casa misma, deslumbra una camelia centenaria colmada de flores rosadas.
El Museo Squirru, con sede en la primera casa de altos de Azul, conserva una de las mas importantes colecciones de platería pampa araucana del país. Trapelakuchas (colgantes de pecho) de 3oo a 400 anos de antigüedad, ñgroes (fajas cubiertas de cupulitas de plata) y runi-runi (serie de campanillas engarzadas) ― bellos adornos femeninos de cepa mapuche- conviven con la platería criolla (profusión de rastras, espuelas y yesqueros) que en sus tiempos supieron lucir los gauchos azuleños. En una vitrina reposan las delicadas fajas pampas tej idas por Ercilia Cestac ysu abuela Pascuala Calderón. Y en otra sala se exhiben un poncho original con guardapampa, las botas de potro de un soldado de Rosas (que parecen calzar como una media) y una divisa punzó de 1848.
A ORILLAS DEL CALVÚ LEUVU
Uno de los paseos preferidos por los azuleños comienza en la plaza Don Quijote (grupo escultórico en hierro y chatarra de Carlos Regazzoni) y siguiendo el curso natural del arroyo ― cuyo lecho se cubre de berro al llegar la primavera para alegría de los vecinos recolectores - atraviesa la ciudad desde el Parque Sarmiento hasta el Lago Guemes.
El parque de 22 hectáreas, imaginado por Carlos Thays y antes Plaza de Marte, alberga más de 250 especies de árboles y es una Caja de sorpresas: cada sendero desemboca en un rincón inesperado (hay una isla de poetas, un patio andaluz, un pino histórico que dicen retoño del de San Lorenzo). Pero el secreto es éste: llegar de noche y contemplar, iluminado, el portal Art Decó de tres cuerpos verticales diseñado por Salamone. Los dos laterales, de 35 metros, en una sucesión de planos escalonados cada vez más angostos; el central, un mástil sin bandera de 38 metros de altura.
Poco más allá del parque, pasando el Club de Remo, se encuentra el Balneario Municipal Alte. Brown con su espejo de agua de 6 hectáreas y trampolín rojo en el medio: una enorme pileta de natación natural. Este antiguo paso de carretas y ganado es el tercer balneario del mundo con aguas corrientes sobre un arroyo; en los terrenos aledaños hay un camping municipal con servicios y fogones.
Nievas es la más pequeña de las tres colonias (las otras son San Miguel e Hinojo, cuyo monasterio de monjas trapenses ofrece retiro espiritual a mujeres) fundadas por alemanes del Volga en el partido de Olavarría. Allí recibe, en su Rancho ― una casa de té “a la criolla", con dulces y tortas caseros, cocina económica, luz de vela y farol, reja
de pulpería y una miríada de detalles-, Pedro Stancanelli, "Pedrito" para todos: generoso anfitrión y guía experto en Azul y alrededores.
La colonia, también llamada Holtzel, tiene el conmovedor encanto de "un pueblito perdido": 16 habitantes, cuatro o cinco casas inmemoriales, una de ellas de piedra, una iglesia con altar de madera y lata pintada, vacas mansas que regresan a los corrales, perros que dan la bienvenida… y un atardecer incomparable.
Por la noche, para no desentonar – y después de una sabrosa comida en Posta Azul -, lo mas propicio es recalar en “Las Tahonas”, confortables cabañas de piedra a solo 5 km del centro de la ciudad.
MONASTERIO TRAPENSE. PABL0 ACOSTA. BOCA DE LAS SIERRAS
A unos 400 metros de ra RP 80, entre tierras fértiles y vertientes que bajan de los cerros se levanta el Monasterio Trapense Nuestra Señora de Los Angeles. Fundado en 1958 y construido al estilo medieval, aloja a 15 monjes de clausura que consagran sus horas a la contemplación y la “lictio divina”: lectura meditada y orante de la biblia. En el interior de la iglesia, de sobrio enladrillado, los altos ventanales dejan vislumbrar el intenso verdor que la rodea. A un costado del monasterio se ve la casa destinada a los retiros espirituales (para varones solos y matrimonios). “Ya estamos anotando gente para el 2010”, comenta el hermano Tomás, único sobreviviente de los fundadores.
Siguiendo por la RP 80 flanqueada por campos prolijos, llegamos a Pablo Acosta. Uno de esos pueblitos soñados que en nuestro país puntean el llano inmenso: pocas casas, el viejo cartel de la estación ferroviaria, la escuelita rural y el antiguo almacén de Ramos generales, donde los sábados y domingos sirven asados y picadas y de tanto en tanto celebran una típica fiesta criolla.
La Boca de las Sierras es una entrada natural que conduce a los cerros por sendas onduladas. Dejando a nuestras espaldas el viejo dique y acompañados por los guías de El Refugio – es imprescindible hacer este recorrido con ellos, dado que no es
de libre acceso al público- y nuestro instructor Emilio Sanz escalamos, casi circundándola, una pendiente suave rumbo a la pared de 50 metros de altura donde nos iniciaremos en el rappel (un deporte que da vértigo, claro, pero que aquí cumple con todas las normas de seguridad). David, el fotógrafo, comienza a bajar acompañado por un viento fortísimo del sur y yo lo miro alejarse: audacia y entrega de la naturaleza humana en comunión con la naturaleza agreste. Después seguimos subiendo y bajando por sendas intrincadas hasta llegar a un antiquísimo corral indio, delimitado por restos de pirca y grandes piedras que parecen distribuidas por mano de gigante. Una de ellas, inmensa y oval, yace sostenida en precario equilibrio por una pila de guijarros.
Misteriosas y casi aladas en su extensión, las Sierras del Azul evocan aquel breve poema: "cada color se expande y se recuesta / en los otros colores / para estar más solo si lo miras".