Carlos Regazzoni en Revista Gente "Con Fierro viejo puedo cambiar el mundo"
La revelación fue en noviembre del `93 cuando nosotros (los mismos que firmamos esta nota) nos acercamos a un aquelarre de fierros viejos en un galpón de Retiro, no lejos de la estación terminal, atraídos por un rumor que habIaba de alguien al que llamaban El Pintor Ferroviario. Como en el galpón no había timbre, campana, sirena ni artefacto parecido, gritamos:
-iiRegazzoni!!
Contestó con un grito de idénticos decibeles:
-¡¡¡No tengo plata!!!
Y al rato emergió, vestido de andrajos y multicolor: con pintura hasta en la punta de la nariz. Después, entre mate amargo y pollo trozado sobre papel de diario, contó su historia: un relato salpicado de ruidos (rrr. rrr. . . trá. . . plaj . . fá. . . chun) que puede resumirse en esta ficha: Carlos Alberto Regazzoni, entonces 49, hoy 64 años, patagónico de Comodoro Rivadavia, seis hijos de distintas mujeres, pintor y escultor entonces y ahora, antes vendedor de kerosén en un carro tirado por caballos, fabricante de juguetes, suicida frustrado, fugitivo de la Academia de Bellas Artes, autodidacta, y según declaración final, "no tengo marchands paquetes, ni padrinos, ni mecenas: solo mi cerebro y mi laburo. . . ¡y soy feliz como un chancho!".
SEGUNDO TIEMPO.
No mucho después de aquella entrevista, con los mismos andrajos y un impermeable sin cinturón (lo reemplazó con un alambre), se fue a Pais, pasó allí once años ("Dejé setenta cuadros y mil cien esculturas: dormía con el mameluco puesto") y de pronto aterrizó en Azul -ciudad de la Provincia de Buenos Aires que data de 1832, supo de batallas entre cinco mil indios y la tropa de milicos y ronda las 65 mil almas - y a su manera (el arte), la tomó a punta de fierro viejo y ardientes soldaduras. . . Allí lo encontramos otra vez.
¿Qué hizo? ¿Qué hace? Esculturas monumentales, con toda la chatarra que Dios o el Diablo pone en sus manos. En una plaza, Don Quijote, Sancho Panza, Dulcinea del Toboso y el galgo corredor. En un páramo de piedra gris, a cuarenta kilómetros del centro, indios y milicos en impía matanza, y hasta un avión: homenaje a Antoine de Saint-Exupéry, que un día aterrizó allí "porque se le acabó la nafta". En total, cuarenta o cincuenta toneladas de pedazos de autos, de máquinas agrícolas, de bulones, de discos de arado, de bicicletas, de vías ferroviarias, de todo el hierro que encuentra tirado y que algunos le donan, convertidas en monumentales esculturas no menos gigantescas que los dinosaurios que armó en la Patagonia: dos petrosaurios y un bridasaurio, en Neuquén, "ochenta toneladas de fierro, sesenta metros de largo, quince de ancho", precisa.
Duerme en un carromato "pero completo: con gas. luz, CaIefón y computadora ", se ufana. Y de otras cosas se ufana aún más: "Los muchachos que me ayudan, un equipo mínimo (César, Malinche, Carlos, uno que otro que se arrima), no tenían trabajo y de no ser por mí podrían haber terminado en la calle, en la droga, en el caño (revólver), en la cárcel. En cambio, conmigo aprenden un oficio y se ganan un sueldo" .
Pero entre la plaza manchesca donde cabalga su Quijote y el desierto donde batallan indios y milicos hay un tercer Punto Regazzoni, acaso el más insólito. En la calle Islas Malvinas, pleno centro, compró y puso en marcha una panadería abandonada y derruida. La Hermosura se llama; sus dos hornos a leña empezaron a llamear en 1854, y hoy el panadero Rcgazzoni fabrica delicadas facturas, panes gigantescos de mil formas (caras, píes, animales, monigotes), y "sin aditivos: pan puro y casero, como antaño", jura, y redondea el negocio vendiendo levaduras ancestrales (?), huevos, gallinas y pizza culera (puede el lector imaginar su forma...). Además de un catre en el que a veces duerme, la panadería ostenta otros toques imprevistos: en el patio, un avión caído Made in Regazzoni; en el galpón, un impecable Ford 1928; en la cuadra donde se amasa, azulejos pintados por los dos hijos menores del taumaturgo: Lorenzo (5) y Valentín (6), y en un estante, una chancha colorada hecha con una garrafa y un resorte: su orgullosa cola...
"Y ahora, poeta y escribologo, y vos ,fotólogo -nos dice-, vamos al boliche de don Mario Embil, que ya anochece". Y allí, casi a golpes de hacha, corta un inmenso pan, queso, salame, ordena una fritanga de empanadas, desgrana anécdotas y ruidos, evoca su nacimiento "en un campamento de YPF", sus palotes artísticos (a los dos años ya dibujaba y pintaba), su familia...
Padre: Elido Jorge Regazzoni, primo de CIay Regazzoni, corredor de Fórmula 1 en los 70´, en silla de ruedas desde 1980 (accidente en una carrera, Estados Unidos), y muerto en 2006 en otro accidente, pero en una carretera italiana. Madre: Elba Sardini, una brava siciliana. Abuelo Pepe: "Alcalde de provincia y medalla de oro de Leandro Alem" (aclaración de su nieto: el tal Pepe era un gran productor de ruidos socialmente incorrectos...). Tío Oscar: "Era ingeniero Y le debo la vida porque nací muerto: No respiraba y él me echó humo de su cigarro, lo respiré y aquí estoy".
TERCER TIEMPO. Este capitulo, el tercero, todavía no se terminó, y marcha, según Regazzoni, "entre espinas". ¿Qué quiere? Construir en el páramo del malón, los indios, la tropa -todavía incompletos-, el Proyecto Sol Negro (metáfora petrolera: "calienta, mueve el mundo, sale de la tierra en forma de energía", se emociona).
Es, claro, titánico, faraónico, acromegálico. "El valle de los dinosaurios -cuarenta o cincuenta en caravana-, una biblioteca, un bosque de sauces, un hotel siete estrellas, una escuela agraria, una panadería a cielo abierto, todo hecho con material en desuso y la piedra gris del paisaje; nada de ladrillos ni de cerámica. Quiero hacerlo en nombre
del arte. Porque si bien no dejo de ser un herrero, estoy comunicado con lo bello, casi con lo divino, con un tiempo decisivo en la historia de la humanidad como fue la Edad del Hierro. No es fácil, pero no me rindo ".
Está convencido de que entre junio y el 2 de diciembre del año pasado, a las dos de la tarde, cuando le entregó al municipio el Quilote, su escudero, su amada y su galgo corredor, dividió las aguas de Azul. "Muchos me apoyan, pero otros no me quieren; dicen que molesto, que soy difícil, maleducado, malhablado e irreverente. Nada más que por eso..."
Es noche ya. Fría y ventosa noche azuleña. Monta a su camioneta, una F-l00 que lleva en sus puertas las insignias de algunos sponsors (un molino, una empresa láctea, una empresa de maquinarias "que me an materiales, no dinero) y, solo, pone proa al páramo de piedra gris, montañas baias, aire purísimo y cielo con más estrellas que las imaginables. Llegará al carromato plateado, se dejará caer en su camastro con vista al infinito y, hasta que el sueño lo venza, seguirá imaginando, en hierro y terminados, el malón, la milicada, el choque de las armas, y en el horizonte la caravana de dinosaurios. Porque todo cabe en el mundo de Regazzoni: la historia, la prehistoria y lo que vendrá.
Publicado en Revista Gente
Por Alfredo Serra
Fotos: Alfredo Turienzo
Asistente de fotografía: Eugenia Balerdi