Suplemento ADN Cultura de La Nación publicó nota sobre el Festival Cervantino
Azul, una vez mas, es el centro de atención de los medios nacionales. Nuevamente el motivo es el Festival Cervantino, realizado en noviembre de 2008.
Crónica | 2° Festival Cervantino
En la pampa, Quijote, Sancho y Martín Fierro entre camelias
La colección Ronco, con 300 ediciones del Quijote, fue el origen de esta fiesta en la que participa toda la población de Azul. Concursos de cocina, un mural, esculturas, desfiles de máscaras, conciertos, ilustraciones infantiles, una exposición de telar pampa y un film demuestran la amplitud y la diversidad de la convocatoria
Por Susana g. Artal
De la Redacción de LA NACION
Que suene a quijotada reunir en un mismo festival al Coro de Niños del Teatro Colón y Kevin Johansen, jornadas académicas cervantinas y una fiesta gaucha, el cuarteto de cuerdas de la Universidad de La Plata, un encuentro de rock y León Gieco, torneos deportivos, 30 muestras de plástica, platería, fotografía, telar y mucho más... fue el mejor argumento para que la gente de Azul pusiera manos a la obra. No en vano el 2º Festival Cervantino que se celebró allí del 30 de octubre al 16 de noviembre de 2008 tenía por lema "Soy Quijote". Que el grupo escultórico de don Quijote, Dulcinea, Sancho Panza y el "galgo corredor" creado por Carlos Regazzoni esté emplazado en la esquina de Mitre y Catriel, casi enfrente de la plazoleta ubicada en la otra margen del arroyo, donde se alza un busto del cacique pampa, parece confirmar la voluntad de inclusión de la diversidad que llevó a elegir para el festival los colores de la bandera de los pueblos originarios. A la pregunta de cómo empezó todo, me contestan que para entenderlo debo visitar la casa Ronco.
La casa de los libros, las joyas y los perfumes
La casa donde vivió Bartolomé J. Ronco (1881-1952) está en una esquina, cerca de la plaza y de la Biblioteca Popular que él dirigió desde 1930 hasta su muerte y que hoy lleva su nombre. Aunque es evidente que los antiguos dueños fueron gente acomodada, el único elemento realmente suntuoso y casi omnipresente es la biblioteca que cubre las paredes de diversos ambientes. La primera respuesta a mi pregunta está en las del escritorio personal de Ronco: 300 ediciones del Quijote (unos 400 volúmenes) conviven allí con 200 de Martín Fierro . "No es fácil mantener esto -cuenta Silvia, una de las voluntarias-, la entrada es gratuita y los fondos salen de la cuota de los socios de la Biblioteca, de algunos subsidios municipales, de la venta de souvenirs . Pero la casa tiene sus propios recursos. ¿Ve esa camelia, allá, en el patio? Tiene 100 años pero en julio se llena de flores que se venden para ayudar con los gastos. Uno piensa que ellos murieron y la camelia sigue allí. Es como que la casa está viva." Tan viva que en febrero del 2008 sedujo a tal punto a Julian Barnes que el novelista inglés acaba de donarle, en memoria de su esposa, un ejemplar de la edición de 1675 de la primera traducción inglesa del Quijote .
La colección Ronco es fascinante. Hay ejemplares de las ediciones de surtido, que circularon en España hasta mediados del siglo XIX; volúmenes para bibliófilos; ediciones ilustradas de acuerdo con los modelos iconográficos (escuelas holandesa, francesa, inglesa y española) que representaron al manchego ya en clave cortesana, ya en clave de canonización; libros ilustrados por artistas como Gustave Doré y Salvador Dalí; ediciones en miniatura; adaptaciones infantiles; una "traslación al verso campero argentino de la primera parte de don Quijote"; traducciones a distintas lenguas, y objetos: medallas, estatuillas, el afiche de una versión cinematográfica argentina de 1932... La edición más antigua es la de Amberes de 1697. "La señora de Ronco murió en 1986 y la casa estuvo muchos años cerrada. Había temor a abrirla por la necesidad de resguardar este patrimonio. Pero el movimiento que trajo el festival impuso que sus puertas se abrieran al público en diciembre de 2007. La biblioteca personal del doctor Ronco tiene más de 7000 ejemplares. Existe un inventario, pero hay mucho aún por investigar allí. Se ha catalogado la colección cervantina y ahora trabajamos en la de Martín Fierro , que expondremos en 2010. Entre las joyas de esa colección hay un ejemplar de la primera edición de la Ida... y otro de la primera edición de la Vuelta... , corregidos de puño y letra por José Hernández. El segundo está dedicado a Estanislao S. Zeballos", explica Eduardo Agüero.
En 2004, en ocasión del Congreso de la Lengua y el IV centenario de la publicación de la Primera Parte del Quijote , que se celebrarían en 2005, se decidió reeditar la muestra de la colección cervantina que Ronco había hecho en 1932 y se descubrió que había muchos ejemplares más que los que se habían expuesto entonces. "La Asociación Española se contactó con el doctor José Manuel Lucía Megías, del Centro de Estudios Cervantinos de Alcalá de Henares, que colaboró con gran entusiasmo y generosidad. -cuenta el guía Andrés Arrazola-. La exposición se hizo en noviembre de 2004. Hubo conciertos, conferencias, algunos espectáculos y actividades en las escuelas. Luego se llevaron ocho vitrinas a Rosario, para el Congreso de la Lengua. Lucía Megías sugirió la idea de presentar la candidatura de Azul como ciudad cervantina. En enero de 2007 se nos otorgó esa distinción y en abril de ese año celebramos el primer Festival Cervantino."
Modelo para armar
Fernando Redondo Benito, presidente del Centro Unesco Castilla-La Mancha, escuchó nombrar por primera vez a Azul en la ciudad mexicana de Guanajuato, capital cervantina de América y sede del Museo Iconográfico del Quijote, donde desde 1972 se celebra anualmente el Festival Internacional Cervantino, que atrae a multitudes de artistas y visitantes de todo el mundo. "Es muy llamativo cómo el Quijote trasciende las fronteras y logra integrar lo local y lo tradicional. En Guanajuato, la gente lo asume hasta tal punto como propio que llegan a decir que el edificio del Museo Iconográfico era la casa del hidalgo y que se oponen a que sus restos sean llevados a España. En la película que han filmado aquí sobre la vida de Ronco, don Quijote va de la mano con Martín Fierro", cuenta. Para obtener su título, Azul debió presentar sus antecedentes y sobre todo, un proyecto: "Además de las citadas en el Quijote , que lo son de hecho, las únicas ciudades cervantinas son Guanajuato y Azul. Queremos hacer una red. Toda ciudad que aspire a ese título debe demostrar que tiene, además de una actividad cervantina sostenida a través del tiempo, un proyecto para fomentar el arte y los valores humanistas, con el que la ciudadanía se identifique."
Ese último punto es crucial. Lo que diferencia cualitativamente el Festival Cervantino de Azul de los ciclos culturales organizados por una entidad pública o privada de una ciudad, que contrata para ello a artistas o intelectuales reconocidos, es el hecho de que aquí la gente es convocada a ser protagonista y no sólo espectadora. Las más de 100 actividades del festival surgieron de una convocatoria pública, a la que se presentaron más de 80 proyectos y cada uno de ellos involucró la participación de muchos. Tres ejemplos. Al concurso para elegir el postre Dulcinea (que debía incluir tres ingredientes típicos de la región: la miel, el dulce de leche y las naranjas de los árboles de la ciudad), se presentaron 97 recetas, ideadas por jóvenes, adultos, mayores, mujeres, hombres... En la filmación del mediometraje Los sueños de don Bartolo , protagonizado por Víctor Laplace, pero dirigido por el azuleño Jorge O. Pérez, con actores y técnicos locales, trabajaron alrededor de 60 personas. "La película es austera. El director consiguió los recursos donde pudo y terminó de hacerla el día anterior al estreno -confiesa Luis María Lafosse, secretario de Gobierno de la Municipalidad de Azul-. Pero cuando se proyectó, el cine estaba repleto. Hubo que agregar funciones y funciones."
El proyecto de hacer un Quijote ilustrado por niños es una excelente muestra de compromiso colectivo. El diario El Tiempo distribuyó en las escuelas el texto de la adaptación, realizada por el español Lucía Megías y la azuleña Margarita Ferrer. Docentes y directivos se capacitaron en tres talleres (sobre ilustración de libros infantiles, sobre Cervantes y su época, sobre el Quijote adaptado para niños). Durante dos meses, chicos de entre seis y doce años, de 35 escuelas rurales y urbanas, públicas y privadas leyeron, escribieron, comentaron y crearon 1486 ilustraciones que luego se expusieron y de las cuales 50 fueron seleccionadas para la publicación del libro Las aventuras de don Quijote de la Mancha y su escudero Sancho Panza (Alfaguara) [ver adn 73].
"La gestión cultural de Azul la tomamos como un eje de desarrollo integral -afirma Lafosse-. En eso nos diferenciamos de los proyectos que apuntan sólo a la radicación de empresas. Queremos que la cultura sea el motor. Piense, con la debida adecuación de escala, en ciudades como Bilbao o París, que viven de la cultura y logran que sus habitantes la disfruten y la produzcan. Hemos tendido puentes con muchas instituciones culturales. Pero necesitamos más. No que nos resuelvan las cosas sino que nos ayuden a aprender a resolverlas. Buscamos un modelo de desarrollo endógeno, de adentro hacia afuera, que revierta el hecho de que nuestros jóvenes emigren para concluir sus estudios y no vuelvan. Queremos crear en Azul un espacio donde todos puedan desarrollarse." Quizá suene a quijotada. Pero aunque el Diccionario de la Real Academia defina a un quijote como alguien que obra "en defensa de causas que considera justas, sin conseguirlo", no hay que olvidar que el Ingenioso Hidalgo ha conseguido una y otra vez derrotar a las autoridades que en 1590 negaron a Cervantes la vacante en Indias para trasladarse a América. Azul lo prueba. Las historias que siguen demuestran que ya hay azuleños que, luego de años de ausencia, por distintos caminos, han emprendido el regreso.
Pinceles en ristre
"Un mural es una historia plasmada en una pared: tiene un argumento, como la historieta o el cine, un contenido y una función educativa o ideológica. Hace un año empezamos a trabajar sobre los contenidos de lo que queríamos contar con la gente de la Muncipalidad y los de la Biblioteca Ronco... Este diseño es el resultado de la metida de cuchara de todos, así como quiero que ahora sea el producto plástico de la participación de todos los que tengan ganas y se animen a meter mano", dice Omar Gasparini, pincel en ristre y rodeado de un grupo que no se arredra ante el calor del mediodía. Dos cuadrillas de obreros construyeron el muro, bajo la dirección de un ingeniero y con la colaboración de un arquitecto de Azul. Los fondos los aportó el Banco Industrial. Luego fue el turno de los voluntarios. Gasparini calcula que ya han participado unas cien personas de las edades más variadas, con excepción de chicos de primaria, cuya facilidad para caer de escaleras y andamios es un riesgo que prefiere evitar.
La historia que narra ese mural, construido a orillas del arroyo que da nombre a la ciudad, es por supuesto la de Azul. "Tratamos de contarla con la menor cantidad de conflictos posible. Sabemos que existieron conflictos entre el indio y el blanco, rivalidades, incluso la época oscura de la dictadura. Pero intentamos relatar nuestra historia sin golpes bajos, mediante símbolos. Estos elementos que van a sobresalir -señala- son el mangrullo, el molino, las cúpulas. Acá ve el banco, el cementerio, las casas de la calle Bolívar... De este lado, van a sobresalir mascarones, para representar el carnaval de los años 60. Y todo lo recorre una presencia permanente, el arroyo Azul. A la vuelta está mi socia, construyendo las figuras en volumen: en un extremo irá un indio y en el otro, Sancho, que le devuelve la mirada. Esta historia no debe ser antagónica sino sumar para Azul, jugar con su identidad como legado para las futuras generaciones. Porque los pueblos que no saben de dónde vienen difícilmente puedan encontrar su destino", explica Gasparini, que se define como "nacido, criado y engordado en Azul". A los 20 años fue a estudiar y trabajar a Buenos Aires y ahora disfruta del reencuentro, mientras espera jubilarse para volver a vivir en su ciudad.
A unos metros, Ana Serralta trabaja en la figura de un indio por ahora muy blanco, ya que está hecho en telgopor. Es uruguaya pero hace 25 años que vive en Buenos Aires y 10 que armó con Gasparini un taller en La Boca, donde crean escenografías y muñecos. Desarrollaron esa técnica con fines comerciales pero la buena respuesta que recibieron los llevó a extenderla a los murales. "El telgopor va forrado en una tela, que se llama tarlatán, luego se aplican varias capas de pintura y una especie de barniz. Resiste mucho, la pigmentación se deteriora como la de cualquier pintura -explica-. El Sancho que ve allá ya tiene el tarlatán aplicado. La gente ha participado en las distintas etapas: lijando, forrando, luego pintarán."
Serralta y Gasparini trabajaron también con escuelas primarias. En 2008 llevaron adelante una propuesta impulsada desde la Escuela de Estética. "Debían elegir de cada barrio algún personaje característico, legendarios, como la Llorona, o reales, como don Casenave, un hombre que daba miedo porque vivía cerca del cementerio y rodeado de perros. A partir de esas historias que reunieron no sólo los chicos, porque lo maravilloso fue que también respondieron los adultos, se crearon mascarones, títeres, muñecos. Y el festival se inauguró con el desfile de todas esas figuras", cuenta Gasparini. Vanesa, una de las maestras de plástica que participaron en el proyecto, tiene siete grupos de alumnos entre 6 y 15 años. "Los talleres de Omar y Ana fueron excelentes -dice-. Yo no había tenido experiencia con tridimensión y pude aprovecharla inmediatamente en mis clases. Con los alumnos de la Escuela de Estética, hicimos cabezas de caballos. Se usaron muchos materiales reciclados. Por ejemplo, las bolillas de los desodorantes sirvieron para hacer ojos. A la hora de desfilar, los más entusiastas eran los más pequeños, que tienen menos inhibiciones para disfrazarse. Pero para construir muñecos, el entusiasmo era parejo, incluso entre los adolescentes." "En el desfile participaron también las comunidades y escuelas de la periferia, que no suelen tener la posibilidad de ver este tipo de propuestas -agrega Ana-, todos junto con La Chilinga [la Escuela de Percusión del ex Piojo Daniel Buira] y la Murga Zambakuchen. Imagínese..."
El hilo de la memoria
"Mi mamá quería que yo estudiara y yo le dije que no. No me costaba estudiar, no. Era la mejor del grado. Pero no me gustaba salir de casa. Qué cosa tan rara. Yo era muy tímida. ?¿Qué vas a hacer?´, me preguntó. ?Lo que hace mi abuela´, respondí. Tenía 13 años. Y fui con mi abuela y aprendí enseguida. Iba tempranito, a las 7 estaba allí y a las 6 de la tarde me iba. Todos los sábados le entregaba una prenda para un cliente de Tapalqué, un hombre morocho, que debía vender en Buenos Aires, porque fajas, cintos, trillas, todo se llevaba. Y yo le daba la plata a mi mamá para que viera que no era que yo no quería trabajar. Mi nieta aprendió rápido también. Lo trae en la sangre. No es tan difícil. Es la paciencia lo que hace falta. Ponerte ahí, en el telar, y olvidarte del mundo. Es el destino de cada persona." Así evoca Ercilia Moreira de Cestac, a sus 83 años, el inicio del camino que la ha llevado a obtener, entre otros, cinco Primeros Premios en la Sociedad Rural, tres en Cosquín, el Santos Vega de Plata, y a ser declarada este año Patrimonio Vivo del Partido de Azul, no sólo por "el alto valor creativo y excepcional" de sus trabajos sino también porque "el riesgo de que desaparezca su saber sería una pérdida relevante de autenticidad histórica y [...] de significación cultural, para nuestra región y el país". Es que desde 1948 (cuando murió su abuela, Pascuala Calderón, que había aprendido el oficio de su tía, Juliana Román), hasta hace pocos años, las manos de Ercilia, descendiente del cacique Manuel Grande, conservaban viva la única memoria del arte del telar pampa, tesoro que se enorgullece de haber legado a su nieta, Verónica Cestac, quinta generación de esa familia de tejedoras.
Ercilia y Verónica viven en dos casas linderas muy parecidas, en el mismo sitio donde empezó esta historia: la otra orilla del arroyo Azul, las tierras que el general Manuel de Escalada, llegado en 1856 como Comandante a la región, donó a los pampas, pagándolas de su propio bolsillo, con la intención de terminar con los malones sorpresivos y pacificar la zona mediante la radicación de las tribus en lo que se llamó Villa Fidelidad. El plano original, que se conserva en la Biblioteca Popular de Azul, muestra el trazado de calles al que debieron acomodarse las tolderías. "La idea de Escalada de que se conservaría la cultura de los pueblos originarios era muy romántica. Pero no fue así. Hubo persecuciones y aniquilación. El único pedacito de cultura que se salvó fue mi abuela. Ella recuerda algunas ofrendas a la tierra con yerba y azúcar, porque era chica y trataba de comerse los terrones. También que había una machi, Viviana García, y que su padre hacía soguería y platería para los arreos. Pero no querían transmitirle su lengua, era peligroso hablarla", cuenta Verónica, con el particular acento que le da haber vivido la mayor parte de su vida en Brasil, donde sus padres la llevaron cuando tenía dos años y de donde regresó hace ya siete, para aprender el arte de su abuela. Las palabras de Ercilia confirman el relato de su nieta: "Hablaban entre los grandes, no con los chicos. ?Trabaje, trabaje´, me decía mi abuela. Y yo trabajaba calladita. Calladita entraba y calladita salía. Me quedé triste con eso de no conocer su lengua. Por suerte aprendí el trabajo del telar. Cuántas cosas me habría gustado preguntarle. Uno no se da cuenta cuando es joven. Yo tenía 23 años cuando murió. Ella, creo que 95".
A los 21 años, Ercilia se casó y no volvió a trabajar hasta que su hijo empezó la escuela. El telar lo retomó cuando él se fue a estudiar Bellas Artes a Buenos Aires. Como en ese lapso no había vendido, tenía material para exponer y empezó a hacerlo en la Rural, en Cosquín. Así llegaron los premios. "Esto se había olvidado, porque ¿quién lo iba a hacer? Antes, usted nunca veía un rombo. Ahora, hasta en los trapos de piso hay rombos. Yo hice valorar estas cosas. En tiempos de mi abuela, ella decía ?Esto vale tanto´ pero el precio lo ponían los que compraban, porque ella tenía que comer. Eso me dolía. Ella pedía lo justo." Una faja, explican las dos, tiene 300 hilos y lleva un mes de trabajo con jornadas de entre 7 y 8 horas, ante el telar horizontal (el vertical es mapuche, aclaran) que, con sus cuatro metros, ocupa buena parte del dormitorio. Si uno se equivoca, debe destejer del mismo modo como se tejió. No puede quedar ningún error. Sus trabajos se venden por encargo. Son obras únicas. Ahora no tienen para exponer porque todo lo que hacen está vendido. "Hay que tener amor por lo que se hace -dice Verónica-. No sirve hacer un dibujo grandote o poner un hilo más grueso para ir más rápido. Así se perdería el legado. Yo creo en la fusión de lo antiguo y lo moderno. Pero con mucho cuidado, sin desvirtuar."
Como en todo arte tradicional, en el telar pampa, la virtud del artista reside en su habilidad para combinar los motivos y patrones que conforman el lenguaje ancestral que le permite crear en el marco de lo heredado. Los motivos son geométricos, con algunas pocas formas estilizadas (el sapo, la estrella). No hacen dibujos previos, los van armando, explica Verónica, "a ojo". La paleta es amplísima: "Lo del blanco y el negro sólo era el gusto de los gauchos. Los pampas usaban todos los colores. Los hacían con yuyos, raíces. Con el contacto con los blancos, se empezó a usar el hilo ya teñido. Yo uso hilo perlé. La lana, sólo de verla, me da una sensación... como el telgopor. Pascuala sí usaba lana hilada muy finita, hasta de guanaco y de vicuña, que le traerían los clientes, porque acá vicuña no hay", cuenta Ercilia. "Yo registro los dibujos para que no se pierdan. A los que me pasó mi abuela, les voy sumando los de antiguos trabajos de ella o de Pascuala que me traen los clientes. Uno puede hacer pequeñas variaciones, pero muy sutiles. Y aun así... Una vez yo había hecho una variante y estaba muy contenta. Poco después, me trajeron un trabajo de mi tatarabuela y era igual Se me puso la piel de gallina. Ahí se palpa la historia", dice Verónica.
Fuente: http://adncultura.lanacion.com.ar/