Bartolomé J. Ronco
Bartolomé José Ronco (1881-1952), nació en la ciudad de Buenos Aires donde se recibió de abogado, a los veintitrés años, el 7 de abril de 1905, habiendo presentado como tesis de su doctorado La educación y el delito.
En 1908 se radicó definitivamente en Azul, donde se casó con la azuleña María de las Nieves Clara Jiménez, naciendo un año después la única hija de la pareja, Carlota Margarita.
Fue en nuestra ciudad donde el Dr. Ronco desarrolló plenamente todo su potencial humano y laboral, realizando un sinfín de actividades que dejaron su impronta indeleble. Sin embargo, su primer destino en plena juventud fue la ciudad de Bahía Blanca.
En aquella pujante localidad del sur de la provincia de Buenos Aires, comenzó a ejercer su profesión destacándose con prontitud, al tiempo que brindaba todo su apoyo a
El 18 de marzo de 1908 se fundó en Bahía Blanca el Colegio de Abogados de
Entre sus socios fundadores, se recuerda a los doctores Francisco Cervini, en cuyo despacho se firmó el acta constitutiva de la entidad; José D. Espeche, Agustín Lantero y Valentín Vergara. Este último, aunque era entrerriano de origen, fue elegido en diversos períodos intendente de la ciudad; luego fue diputado nacional y finalmente, se desempeñó como gobernador de la provincia de Buenos Aires entre 1926 y 1930.
En la actualidad, es el colegio de abogados más antiguo de
En este punto, volviendo a 1908, cabe destacar con orgullo que además de los abogados anteriormente mencionados, se hallaba entre los firmantes del Acta constitutiva del Colegio de Abogados de la Costa Sud el joven y brillante Dr. Bartolomé José Ronco. Pocos meses después, el 12 de noviembre, contrajo matrimonio y se estableció en Azul, sin embargo, nunca olvidó a la ciudad que le dio impulso a su profesión. Más aún, su adorada hija Margarita nacerá en Bahía Blanca por diversas circunstancias familiares y laborales, el 6 de octubre de 1909.
Sin dudas, la vida fecunda de Bartolomé José Ronco ha dejado sus huellas por toda la provincia. Y en estos últimos años, cuando se puso plenamente en valor su rico legado,
El Dr. Ronco una vez escribió: "Mi vida comienza y recomienza en el momento que la estoy viviendo. Esto, que es casi verdad hasta desde el punto de vista físico, es absolutamente cierto en el aspecto de mis sentimientos y de mis ideas. Pero, mi pasado me ha dejado cosas indestructibles. Lo son, porque, sin morir, renacen todos los días; están en mi propia sustancia; perderlas sería como desintegrarme..."
Carlota Margarita Ronco (hija de Bartolomé J. Ronco)
Una flor de tan solo quince primaveras
Hay amores que matan, otros que curan heridas, algunos que dan vida y trascienden a lo largo del tiempo con tanto vigor que años después aún los recordamos.
La historia de amor de la pareja Ronco-Giménez no se sabe exactamente cuando comenzó. Quizás fueron un cruce de miradas o un par de palabras casi susurradas las que dieron comienzo a tan maravilloso y encantador romance. Dicen que se conocieron allá por 1906, en uno de los tantos viajes que el joven abogado realizó a nuestra ciudad desde Bahía Blanca, su lugar de residencia. Quiso el destino que en la Plaza Colón (actual Plaza San Martín), donde aún despertaban admiración las Nereidas, se realizara una kermés, estando entre las damas María de las Nieves haciendo gala de su fina estampa y elegante figura. Aseguran que el "flechazo" entre ella y Bartolomé fue inmediato.
Luego de un prudencial período de noviazgo fijaron fecha de casamiento para el 12 de noviembre de 1908. Así se unieron en matrimonio la azuleña María de las Nieves Clara Giménez, hija de don Evaristo Giménez y Leontina Brital, y el porteño Bartolomé José Ronco, hijo de don Juan Ronco (fallecido años antes de la boda) y Manuela Díaz.
El 12 por la mañana, ante el jefe del Registro Civil de Azul, Eusebio Zapata, la joven pareja dio el primer paso para afianzar la relación firmando el acta de matrimonio, tras lo cual les fue entregada la tradicional Libreta de Familia. Por la noche, a las 21, celebraron en la Iglesia Parroquial la unión ante Dios.
En breve, los recién casados comenzaron a residir en la céntrica esquina de San Martín y Rivadavia, la cual fue, a través de los años, testigo mudo de sus alegrías y pesares.
Unos meses después la felicidad llegó al hogar. María de las Nieves, de tan solo veintidós años, quedó embarazada.
Transcurría septiembre de 1909 y el embarazo ya estaba en sus últimas semanas. El destino quiso que Bartolomé debiera regresar al lugar donde había vivido para concretar diversas cuestiones laborales. Su esposa, fiel a su espíritu compañero que la caracterizó, decidió viajar con su marido pues sabía que él se ausentaría por varias semanas y quizá en esos días se podía producir el parto.
Así fue como el 6 de octubre de ese mismo año, en la ciudad de Bahía Blanca, a las 0:35, nació Carlota Margarita Ronco.
Tanta habrá sido la felicidad de Santa (llamada así por su esposo) y Bartolo al ver los primeros pasos de su "pequeña flor" o al oírla balbucear sus primeras palabras. Felicidad que no quedó registrada para la posteridad más allá del recuerdo de sus padres. Sólo algunas fotografías nos muestran bellos momentos de la intimidad de la familia, llenas de luz, vida y magia a pesar de ser simplemente color sepia. Contemplar esas imágenes nos transporta en el tiempo. Un segundo detenido para la posteridad: María de las Nieves sosteniendo a su beba, sonriente, feliz al ver su retoño tan rozagante. Años después, tímida entre las flores del jardín de su madre con el cabello largo y delicadamente trenzado, Margarita se sonreía vergonzosa.
Innumerables han sido los juguetes que su padre le fabricaba en la carpintería que había montado en el fondo de la casona. Horas de trabajo hallaban su recompensa en incansables tardes de juegos en los corredores, donde las camelias y magnolias formaban frondosos bosques para la princesa encantada en su reino de la "Niñez eterna", mientras Bartolomé en la biblioteca revivía a cada instante las aventuras del Quijote y sufría a la par de Martín Fierro.
En una fotografía de 1917, tomada en el Colegio Inmaculada Concepción, rodeada de sus compañeritas, se la veía a Margarita ya con el cabello corto y muy seria ante la solemnidad que imponía la situación. Dos años después, una imagen la recuerda con un vestido impoluto, de rodillas rezando el rosario tras su Comunión. Su madre preservó tal fotografía entre las páginas de un librito que usaban las niñas para prepararse a recibir la Primera Comunión.
Otro recuerdo nacía al tiempo que la desgracia se relamía sabiendo lo impensado: Margarita, luciendo como una señorita adulta, posaba con sus padres en Mar del Plata, el último lugar que visitaron juntos.
Quince años tenía Carlota Margarita Ronco Giménez cuando la muerte la sorprendió el 10 de marzo de 1925. Una enfermedad incurable en aquellos años apagó su luz en Buenos Aires, ciudad a la cual la habían trasladado esperanzados en salvarla.
Sin dudas, Margarita no marcó la vida de la sociedad azuleña. No tuvo una trascendencia pública; no fue maestra ni poetisa, no estuvo en política ni ocupo algún cargo público, lamentablemente no fue adulta ni llegó a ser madre... pero sí fue hija y "flor" que en sus quince primaveras marcó a fuego la vida de dos personas que renacieron de las cenizas del dolor y se constituyeron en ejemplos para la comunidad.
La angustia de Santa y Bartolo tras la pérdida de la niña fue visible en sus rostros hasta sus últimos días. Más aún, Santa, quien casi llegó a cumplir cien años de vida, al momento de redactar su testamento dedicó varios renglones a describir su trunca maternidad.
Sin embargo, el matrimonio concibió a la ciudad como a esa niña adorada y puso en ella su mayor esfuerzo. A mediados de los años ´40 donaron para Azul, entre otras cosas, la plazoleta que conocemos como Cantoncillo de Santa Margarita, ubicada en las actuales Bolívar y De Paula. Leer los términos en que hicieron tal donación para la comunidad nos da una pauta de sus sentimientos: "El vocablo Cantoncillo, en su significado de "pequeño rincón", es muy usual en ciudades y pueblos de España, y su expresión diminutiva busca coincidir con la modestia de nuestra donación y el sentimiento de amor que le da vida. Sentimos ese vocablo como una palabra pronunciada por un niño, así como deseamos para ese rinconcito la alegría de muchos niños jugando..."
Investigación de Eduardo Agüero Mielhuerry
Fuentes: Hemeroteca de la Biblioteca Popular de Azul "Bartolomé J. Ronco", Diario La Nación (18/3/08) y Biblioteca del Colegio de Abogados de Bahía Blanca.