La historia de Villa Epecuén, la ciudad aristocrática que el agua se llevó
Este pequeño pueblo podría haber sido uno de los principales centros de turismo de salud de la Argentina, pero una inundación detuvo los sueños y proyectos de quienes apostaban a eso. Esta ciudad, perteneciente al departamento de Adolfo Alsina, Buenos Aires, es testigo de lo que alguna vez fue Villa Epecuén: uno de los sitios elegidos por las familias patricias para vacacionar entre los años 20 y 70.
Inaugurado en 1821 por Arturo Vatteone, Lago Epecuén, se transformó en el balneario más exclusivo del país. Era el destino de moda de esa época y el lugar escogido por la aristocracia bonaerense como destino no solo para el ocio, sino también para curar enfermedades reumáticas y de la piel.
Sus aguas altamente mineralizadas eran famosas por su similitud con las propiedades del Mar Muerto. Por esta razón, el agua termal ha tenido una función curativa y la OMS (Organización Mundial de la Salud) la incluyó dentro de la medicina tradicional.
"Agua milagrosa", eso era. Les dio un estatus, trabajo, entidad y un nombre. Pero no todo fue color de rosas y lo bueno tampoco dura para siempre, al menos, eso fue lo que sucedió con Epecuén.
"Desde la etapa indígena ya era utilizada, esto hizo que alguien decidiera fundar un pueblo y que esos turistas que venían a buscar salud, tuvieran comodidades y servicios. A partir de allí todo fue creciendo y en los años 70 había 5 mil plazas hoteleras estables, 250 establecimientos de distinta categoría, 25 mil turistas durante la temporada de verano y una población estable de 1200 personas", explicó a Infobae Gastón Partarrieu, director del Museo Regional de Adolfo Alsina
El exceso de construcciones y la falta de obras -que contrarrestaran los efectos de la mano del hombre- fueron su perdición. El muro de contención que había entre el lago y la villa no era lo suficientemente fuerte como para contener el agua del lago por mucho tiempo. Por eso, el 10 de noviembre de 1985 una sudestada comenzó a gestar la catástrofe. La fuerza del agua fue tan potente que el muro que protegía al pueblo cedió y el lago creció de a un centímetro por hora. Luego de dos semanas esa pared que parecía de acero, cedió.
Sus habitantes debieron ser evacuados y abandonar con mucha tristeza sus hogares y comercios. "La inundación generó un shock que aún hoy estamos asimilando. La gente de un día para el otro perdió su actividad, su propiedad, su historia, sus raíces, su pasado", dijo Partarrieu.
El agua regresó a su estado original, pero dejó a su paso los escombros y los recuerdos de lo que alguna vez fue una pequeña ciudad, con futuro y proyectos. "Pese a que las ruinas son algo triste han generado un atractivo único, no existe un pueblo que haya sufrido un cataclismo así y en el que tiempo después se pueda transitar por sus calles".
Actualmente la ciudad dispone de varios circuitos turísticos que reviven aquella época de esplendor: El Matadero, Ruinas de Villa Epecuén, Playas sustentables, Spa termales y el Museo Regional de Adolfo Alsina.